Residència Literària Finestres

La dificultad del fantasma

LEILA GUERRIERO

Desde la primavera y hasta después del verano europeo de 1962, el escritor norteamericano Truman Capote permaneció en esta casa escribiendo el último tercio de A sangre fría, el libro que definió como una “novela de no ficción”, un género del que se adjudicó el invento. Su estadía en la Costa Brava excedió con mucho su paso por Sanià. Comenzó el 26 de abril de 1960 cuando llegó en auto, desde Francia, al hotel Trías, de Palamós, la pequeña ciudad a diez minutos de aquí, con dos perros, una gata, su pareja, el escritor Jack Dunphy -un hombre serio y callado, en las antípodas del aleteo jacarandoso de Capote-, cuatro mil folios con notas, documentos y transcripciones de una investigación que había comenzado en Kansas a fines del año 1959, y el objetivo de transformarla en un libro que esperaba terminar rápido. No había por qué pensar que no iba a ser así: sólo necesitaba que dos personas fueran ejecutadas en Estados Unidos y todo parecía indicar que eso iba a suceder muy pronto.

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Desde que empecé a pensar en este texto –y a evaluar los obstáculos que encontraría para su ejecución: casi todas las personas que conocieron a Capote están muertas, las que están vivas se relacionaban con él como satélites proveedores de servicios, pocas de esas personas hablaban inglés y él no hablaba español-, tenía su título: La dificultad del fantasma. Porque venía a buscar un fantasma difícil, porque yo misma viajaba con un fantasma -reverberaciones de una revolución privada que parecía haberme dado alcance-, y porque estaba repleta del vacío espectral que me había dejado –como me sucede siempre- un libro de no ficción que acababa de escribir.

 

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