Estuvo en Sanià junto a:
Cuando entramos por primera vez con el coche, miré a la derecha, y ahí estaba. Semanas después, en la cocina, Inma nos contó su historia. Como no sé qué escribir en mi diario, invoco el recuerdo de sus plumas la mañana del domingo que llegué a Sanià. No me gustan los diarios. No sé escribir diarios. Su escritura se me hace demasiado artificial. Debo ser yo. Joseph, Ismael y McKenzie ya han empezado a escribir, o al menos tienen algunas notas. Hoy quedan tres días para volver a casa. Hace poco llegué a la sexta en dos años, desde que me mudé de Madrid a Barcelona. Pero volvamos a las plumas. Porque me rozó una medusa pensé en la gallina. Pero Moni no es cualquier gallina. Inma nos contó que era la superviviente. Pensé primero que se refería a que era una reencarnación. Que su cuerpo de ave era el contendor de otro cuerpo mucho más antiguo. El gallo y la gallina aparecen en ritos de fertilidad y en augurios de muerte. Moni sobrevivió al ataque de la jineta y del perro. Juan Pablo se ponía la gallina en el regazo para darle los medicamentos. Sí, su cuerpo de ave seguro era la reencarnación de un animal más antiguo. Un cuerpo hinchado por el agua. Un cuerpo que se arrastró hasta la orilla de la cala que ahora es una extensión de esta propiedad. Antes de que aquí hubiera una casa sólo había acantilado. Anoche Ismael nos leyó el principio de lo que está escribiendo: una caída. En Sanià se habla mucho de fantasmas. En la mesa de la cocina fantaseamos con fantasmas. No nos ponemos de acuerdo porque cada quien tiene su teoría. Yo creo que los fantasmas no pertenecen a la casa sino a esta costa.
Una mañana un águila se llevó a Moni. Se llevó la mitad de Moni, para ser más exactos. Todos nos pusimos tristes, especialmente Mari. A la tercera va la vencida, pensé con angustia para mis adentros. Otra mañana poco después vi sobrevolar dos águilas. Estaba en la terraza fumándome un cigarro, y ellas daban vueltas sobre mi cabeza. Recordé que el primer día del año anterior había tenido esa misma visión. Los animales que una se encuentra al inicio de un ciclo solar, deben ser tomados como augurios. En el diccionario de símbolos de Cirlot el águila es el símbolo de la altura, del espíritu identificado con el sol, del principio espiritual. En la alquimia es el símbolo de la volatilización.
Cuando hace sol me baño. El último fue hace tres días. Una ceremonia menor en este credo inventado durante mi estancia en Sanià. Aquí todo huele a convento. Nuestros horarios para comer ordenan el día. Repito a conciencia los gestos, abrazando esta versión de mí misma más silenciosa y calmada. En mi vida en la ciudad no paraba de repetir que sentía que había mucho ruido entre yo y el mundo, entre yo y las cosas, entre yo y la gente. Una piel áspera desencajando la experiencia de tener un cuerpo que palpita. El tiempo constantemente escurriéndose hacia delante. Haré un pacto para no olvidar lo que he venido a aprender de mí en este lugar. Domestico el agua. De a poco menos fría. Cada día una brazada más. La coreografía es la siguiente: Dejar de escribir a las 12, ponerme el bañador, meter el tabaco en el bolso, coger la toalla del armario de la entrada, bajar hasta la cabaña de Joseph, recoger las zapatillas que Juan Pablo me dejó cuando supo que si hacía sol me metía en el agua, sentarme en la orilla hasta sentir el calor suficiente como para envalentonarme, correr a través de las olas, sumergirme de golpe, aullar del frío, reírme de vuelta a la orilla, encenderme el cigarro. Fumar mojada es una de mis cosas favoritas del mundo desde que tengo dieciséis. Mi mirada se detiene en las vetas de luz que el sol dibuja en la superficie. Siento que toda esta belleza no me pertenece. Tengo vértigo. Aquí el síndrome de la impostora se convierte en síndrome del polizón. Fantaseo con colarme en alguna de las otras casas de ricos que rodean Sanià, y ocuparla hasta que llegue la guardia civil. He hecho varias expediciones. Muchas están vacías. Hay algo de vivir en unas condiciones materiales que no son las de tu clase que te desquicia de ti misma. Escribir en un cuarto impropio. Tu cuerpo se alimenta de un elixir de vida que pertenece a otro cuerpo. Esta rutina con vistas al mar no es tuya, solo la estás, momentáneamente, parasitando. El primer vampiro de la historia fue un campesino, aunque el imaginario que se ha popularizado sea el del vampiro aristócrata. Este desplazamiento sepultó de la historia las prácticas populares de expropiación forzosa. El resentimiento se desarticuló como un afecto que podría haber tomado la forma de la venganza. Pero yo estoy muy agradecida de mi estancia en Sanià. Embriagada, una termina sintiendo que siempre ha vivido ahí, como si la casa siempre hubiera sido suya. Debo padecer una versión arquitectónica del síndrome de Estocolmo.
Hoy en la comida hemos hablado de fármacos y drogas. De eso he venido a escribir aquí. Me divierte la coincidencia de que sea gracias a los beneficios de una farmacéutica que yo pueda estar escribiendo sobre farmacéuticas mientras oigo el mar. Me parece justo y poético. También sintomático. En estas semanas he ficcionado registros de intoxicaciones voluntarias. Una pronto descubre que es todo un género dentro de la narcoliteratura. De estilo confesional, estos registros me interesan porque aúnan experienciay alucinación, un saber del cuerpo que estalla al convertirse en lenguaje. Este es un homenaje a Marcia Moore, una diosa ketamínica que desapareció en 1979 en extrañas circunstancias. Sigo pensando que los fantasmas no pertenecen a esta casa sino a sus costas.
17 de Febrero de 2024, Cala Sanià, 50 mg.
Le gusta hacerse la muerta. Ingrávida, flota. Flota y entorna los ojos deshaciéndose del peso que ocupa su cuerpo. Su cuerpo-armario repleto de trastos y mariposas nocturnas y pequeñas. Relaja los hombros, las caderas, y estira las extremidades crucificándose en forma de asta. Flota porque la sal, en este océano; el ruido blanco. “Cuando dejas de oírte, sólo entonces los intestinos y el corazón repican. Tus órganos y no tus voces te hablan”. Estando ahí, muerta-flotando-muerta, solo existe ella, pero ella tampoco está más. El sol lame en el preciso agujero. Somos jirones, que somos polvo. Olas sinápticas deslizándose hacia el ciclón interior. Olas sobre oleaje: el fondo marino es el reverso del ajuar galáctico. “Lo malo de irse es que no quieres volver”. Suspira. Con la piel vuelta sobre sí, flota. Flota, y succiona una babosa marina que se restriega dentro de sus cuencas oculares. Repta. Hay un nido: incuba huevos en el bulbo raquídeo como si germinara una flor. Las criaturas chirrían, aguardando. La corriente desplaza su esqueleto, la espuma rebosa su ombligo. Todo brilla y no siente nada. “No quería sentir nada”, dijo. Tumbada sobre el lecho del mar atrapó un destello. No tenía dientes, el fonema rozaba el interior de sus labios el instante antes de excretar sus iniciáticas palabras. Augurio de lo que vendrá, una vida caída en el resentimiento contra sí misma. Flota hipnótica sobre el líquido viscoso. La rozan fosforescentes medusas atraídas por el calor. El veneno llega, el tacto se escurre. Lo inundado cesa de respirar.
“Lo malo de irte, es que no querrás volver”, me advierte.
Cuando entramos por primera vez con el coche, miré a la derecha, y ahí estaba. Semanas después, en la cocina, Inma nos contó su historia. Como no sé qué escribir en mi diario, invoco el recuerdo de sus plumas la mañana del domingo que llegué a Sanià. No me gustan los diarios. No sé escribir diarios. Su escritura se me hace demasiado artificial. Debo ser yo. Joseph, Ismael y McKenzie ya han empezado a escribir, o al menos tienen algunas notas. Hoy quedan tres días para volver a casa. Hace poco llegué a la sexta en dos años, desde que me mudé de Madrid a Barcelona. Pero volvamos a las plumas. Porque me rozó una medusa pensé en la gallina. Pero Moni no es cualquier gallina. Inma nos contó que era la superviviente. Pensé primero que se refería a que era una reencarnación. Que su cuerpo de ave era el contendor de otro cuerpo mucho más antiguo. El gallo y la gallina aparecen en ritos de fertilidad y en augurios de muerte. Moni sobrevivió al ataque de la jineta y del perro. Juan Pablo se ponía la gallina en el regazo para darle los medicamentos. Sí, su cuerpo de ave seguro era la reencarnación de un animal más antiguo. Un cuerpo hinchado por el agua. Un cuerpo que se arrastró hasta la orilla de la cala que ahora es una extensión de esta propiedad. Antes de que aquí hubiera una casa sólo había acantilado. Anoche Ismael nos leyó el principio de lo que está escribiendo: una caída. En Sanià se habla mucho de fantasmas. En la mesa de la cocina fantaseamos con fantasmas. No nos ponemos de acuerdo porque cada quien tiene su teoría. Yo creo que los fantasmas no pertenecen a la casa sino a esta costa.
Una mañana un águila se llevó a Moni. Se llevó la mitad de Moni, para ser más exactos. Todos nos pusimos tristes, especialmente Mari. A la tercera va la vencida, pensé con angustia para mis adentros. Otra mañana poco después vi sobrevolar dos águilas. Estaba en la terraza fumándome un cigarro, y ellas daban vueltas sobre mi cabeza. Recordé que el primer día del año anterior había tenido esa misma visión. Los animales que una se encuentra al inicio de un ciclo solar, deben ser tomados como augurios. En el diccionario de símbolos de Cirlot el águila es el símbolo de la altura, del espíritu identificado con el sol, del principio espiritual. En la alquimia es el símbolo de la volatilización.
Cuando hace sol me baño. El último fue hace tres días. Una ceremonia menor en este credo inventado durante mi estancia en Sanià. Aquí todo huele a convento. Nuestros horarios para comer ordenan el día. Repito a conciencia los gestos, abrazando esta versión de mí misma más silenciosa y calmada. En mi vida en la ciudad no paraba de repetir que sentía que había mucho ruido entre yo y el mundo, entre yo y las cosas, entre yo y la gente. Una piel áspera desencajando la experiencia de tener un cuerpo que palpita. El tiempo constantemente escurriéndose hacia delante. Haré un pacto para no olvidar lo que he venido a aprender de mí en este lugar. Domestico el agua. De a poco menos fría. Cada día una brazada más. La coreografía es la siguiente: Dejar de escribir a las 12, ponerme el bañador, meter el tabaco en el bolso, coger la toalla del armario de la entrada, bajar hasta la cabaña de Joseph, recoger las zapatillas que Juan Pablo me dejó cuando supo que si hacía sol me metía en el agua, sentarme en la orilla hasta sentir el calor suficiente como para envalentonarme, correr a través de las olas, sumergirme de golpe, aullar del frío, reírme de vuelta a la orilla, encenderme el cigarro. Fumar mojada es una de mis cosas favoritas del mundo desde que tengo dieciséis. Mi mirada se detiene en las vetas de luz que el sol dibuja en la superficie. Siento que toda esta belleza no me pertenece. Tengo vértigo. Aquí el síndrome de la impostora se convierte en síndrome del polizón. Fantaseo con colarme en alguna de las otras casas de ricos que rodean Sanià, y ocuparla hasta que llegue la guardia civil. He hecho varias expediciones. Muchas están vacías. Hay algo de vivir en unas condiciones materiales que no son las de tu clase que te desquicia de ti misma. Escribir en un cuarto impropio. Tu cuerpo se alimenta de un elixir de vida que pertenece a otro cuerpo. Esta rutina con vistas al mar no es tuya, solo la estás, momentáneamente, parasitando. El primer vampiro de la historia fue un campesino, aunque el imaginario que se ha popularizado sea el del vampiro aristócrata. Este desplazamiento sepultó de la historia las prácticas populares de expropiación forzosa. El resentimiento se desarticuló como un afecto que podría haber tomado la forma de la venganza. Pero yo estoy muy agradecida de mi estancia en Sanià. Embriagada, una termina sintiendo que siempre ha vivido ahí, como si la casa siempre hubiera sido suya. Debo padecer una versión arquitectónica del síndrome de Estocolmo.
Hoy en la comida hemos hablado de fármacos y drogas. De eso he venido a escribir aquí. Me divierte la coincidencia de que sea gracias a los beneficios de una farmacéutica que yo pueda estar escribiendo sobre farmacéuticas mientras oigo el mar. Me parece justo y poético. También sintomático. En estas semanas he ficcionado registros de intoxicaciones voluntarias. Una pronto descubre que es todo un género dentro de la narcoliteratura. De estilo confesional, estos registros me interesan porque aúnan experienciay alucinación, un saber del cuerpo que estalla al convertirse en lenguaje. Este es un homenaje a Marcia Moore, una diosa ketamínica que desapareció en 1979 en extrañas circunstancias. Sigo pensando que los fantasmas no pertenecen a esta casa sino a sus costas.
17 de Febrero de 2024, Cala Sanià, 50 mg.
Le gusta hacerse la muerta. Ingrávida, flota. Flota y entorna los ojos deshaciéndose del peso que ocupa su cuerpo. Su cuerpo-armario repleto de trastos y mariposas nocturnas y pequeñas. Relaja los hombros, las caderas, y estira las extremidades crucificándose en forma de asta. Flota porque la sal, en este océano; el ruido blanco. “Cuando dejas de oírte, sólo entonces los intestinos y el corazón repican. Tus órganos y no tus voces te hablan”. Estando ahí, muerta-flotando-muerta, solo existe ella, pero ella tampoco está más. El sol lame en el preciso agujero. Somos jirones, que somos polvo. Olas sinápticas deslizándose hacia el ciclón interior. Olas sobre oleaje: el fondo marino es el reverso del ajuar galáctico. “Lo malo de irse es que no quieres volver”. Suspira. Con la piel vuelta sobre sí, flota. Flota, y succiona una babosa marina que se restriega dentro de sus cuencas oculares. Repta. Hay un nido: incuba huevos en el bulbo raquídeo como si germinara una flor. Las criaturas chirrían, aguardando. La corriente desplaza su esqueleto, la espuma rebosa su ombligo. Todo brilla y no siente nada. “No quería sentir nada”, dijo. Tumbada sobre el lecho del mar atrapó un destello. No tenía dientes, el fonema rozaba el interior de sus labios el instante antes de excretar sus iniciáticas palabras. Augurio de lo que vendrá, una vida caída en el resentimiento contra sí misma. Flota hipnótica sobre el líquido viscoso. La rozan fosforescentes medusas atraídas por el calor. El veneno llega, el tacto se escurre. Lo inundado cesa de respirar.
“Lo malo de irte, es que no querrás volver”, me advierte.
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